Vale por 50 euros.
Era sincera. La mordedura sirvió de contrapeso a mi
creciente mareo. Me sonrió velando la mente. En aquel hospital del gobierno
habría de levantarme. Durante las dos semanas siguientes sería un agente modelo
poniendo trabas. La recompensa por tanta virtud llega una mañana. Se presenta
el sargento Timmy y me dice: incorpórate, abre la puerta de par en par y sal a
la implacable luz del sol.
Lo primero en apearse es una mujer, cuyo aspecto rivaliza en
ostentación con el vehículo. Bailo con ella pero mis pensamientos no están
concentrados en ella ni en el baile. Cuando el sargento Timmy empieza a
disparar no parece apenado. Si no me ventilaba en ese momento, lo más probable
sería que se vengara de mí en sus hijos, a través de la universidad.
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