Me estoy inflando a manzanas.
-Sí, es cierto –asiente el negro, guardándose la pistola.
Dos veces brillante, el negro que me cuida se acerca al ventanal repasando su libreta joven –me dice- demos media vuelta, tronco. No –suspiro-.
Hallarán el helicóptero abandonado en un prado, cerca de Ventura.
Hoy te llevaré atado. ¿Me oyes? Se iniciará entonces una cruel tarea;
ya huelo la cojera de los caballos. La poca conciencia de los hombres joya
a eso de las doce, entrando jodidos y descojonados en la ciudad repentina,
humeantes.
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