Me decís que todo llegará por sus pasos contados. De momento, yo os puedo adelantar que recibiréis una visita. Los dioses permanecen silenciosos, como los héroes cuando vuelven.
La máquina que resplandecía en el salón está rota. Su constructor, ha desaparecido de este mundo. Los chacales se pasean por nuestros jardines, y nuestros amos cabalgan por nuestras calles. Nos hemos convertido en unos ojos brillantes. Y estamos solos bajo el pavoroso cielo. Y estamos solos pero, sólo ella tiene permiso para entrar a caballo en la catedral de Sevilla.
-Pago yo –dije-. Y es inútil que trates de discutir, porque de todos modos no puedes alcanzar tu cartera.
Cayetana así lo hizo y se marchó, seguida por los mensajeros, dejando trás de sí el editado susurro de las flores danzarinas y el suave repiqueteo pixelado y cizañero de las alpargatas sobre la calle.
Finalmente, una imagen vino a consolarme. Steve y Cayetana, que pueden amar y vivir, que me acogerán entre sus hijos. Una noche volveré casi irreconocible para los criados.
Cayetana está moviéndose y no va a dejar de moverse hasta que pueda oír, no sólo dos, sino seis mil millones de voces. Hasta que los seis mil millones de personas que hay sobre esta tierra puedan oír nuestras voces y, este cuerpo mío, que no es normal.
-De modo que tú eres el único que recuerda sin cinismo, Steve. Tendrás que hacerte cargo de todo. Todo es tuyo, Steve.
Más allá del apartamento de Liria, como siempre, danzaban sombras electrónicas. Hablo de puertas secretas. Las miré sonriendo, con una sonrisa de bendición. Pensé en cenas de gratis, recordé miles de cosas. Steve tuvo que mostrarse de acuerdo. Empezaba la campaña. Alzó la mirada y vio lo que nunca había visto, por fin: la vio a ella; la otra, la desconocida Cayetana, amante de los cuidados, procelosa, que nos tendía su mano firme en la comprensiva oscuridad.
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