TEATRO, MICRÓFONOS Y NUEVAS TECNOLOGÍAS

domingo, 6 de noviembre de 2011

13

Padezco la enfermedad del olmo holandés. Quieren tratarme con fibras ópticas. Cañonearme entero con luz blanca.
C. Stevens
    
Los dos muchachos y los dos africanos radiaron a la policía que estaban dispuestos.  Los dos muchachos se montaron en los africanos. Los problemas se extendían. Al menos un año anduvieron tomando carreteras. Siempre estaban recogiendo sus bártulos de un lado para otro. Pasaban mucho tiempo solos, vigilaban y visitaban granjas los domingos. Los negros una mañana señalaron una avioneta; parecían bailarinas hasta el cuello. Fabricaron un camerino en su interior. Un curioso camerino. Se quedaron a vivir en la avioneta y alrededores. Uno de los africanos empieza un diario insatisfactorio; le pasa como a ti, que no le tiene miedo a nada.  El otro negro y uno de los muchachos desaparecen un día. El otro muchacho se queda con el africano negro  diarista. Pasan los años. Un día, pasa cerca del avioneto camerino Agnes con sus ojos emborronados. Antes de que puedan terminar de presentarse, la Agnes los mira y sin dirigirse a ellos les enseña, llena de confianza, su macabro pasatiempo desde que nace. La mayor fiesta que habían visto nunca.


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