El cinematográfico bar tiene un jardín y un sagrario de
terracota, y no se tarda en divisar dónde tienen expuesta su camiseta. Su cuello
extraordinario nos habla de los crímenes de su peligrosa editorial guineana. Su
objetivo: transfigurar a los colaboradores en algo distinto. El que publicaba
allí no lo contaba, así de sencillo. Hábil en la ciudad a la que entusiasmó,
remoto en sus traiciones de ingeniero. Brillaba entre la gente como un
traductor. Impasible ante los tacones y linguista. Tecleaba en la gasolinera por
las mañanas, y por las tardes aprendía a desfigurar azafatos. Maldecido por la
DTC muy pronto. Su verdadera cara era la de un centinela rural con el estómago hecho
pedazos. La pantera orinaba como un soldado. América robaba a sus mujeres
repartidas por todas partes. Las fianzas de todas sus mujeres, los saltos de
luz de sus al menos 46 hijos, todos varones. Estratiforme, un peligro impenitente
eran las conductas del fiera. Saltaba en las noches, cuando andaba caliente, y
se iba a buscar el aluminio para las contraportadas. Así fue la adolescencia de cubatas del conseguidor.
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